Igualdad


De profesión: mis labores.

     Últimamente respondo así a quien me pregunta por mi profesión, o también lo hago con este otro tópico de parecida carga machista, cuando alguien me interpela sobre mi dedicación actual. Me dedico, respondo, a las tareas propias de mi sexo.
     Con estas respuestas tan fuera de lugar (en apariencia) quiero justificar porque llevo varios meses sin colgar  ningún escrito en mi bitácora. Básicamente son dos los motivos:
     Por un lado, un cierto hartazgo por mis vanos intentos de publicar algunos de mis artículos en periódicos de tirada nacional.
     Por otro, la falta de tiempo para ocuparme de la gestión de mi blog, debido a que últimamente me ocupo de eso, de las tareas propias de mi sexo. Recientemente dos de mis hijas se han venido a vivir conmigo, lo que me causa gran felicidad y no pocas ocupaciones: preparar desayuno, comida y cena. Hacer la compra, limpiar (lo que ve la abuela) y ordenar la casa. Lavar y tender la ropa, plancharla (casi nunca). Apoyar diariamente el estudio de ellas, en aquellas materias de las que algo se (de otras ni puñetera idea).

     No me lo explico, no me puedo imaginar de donde saca tiempo, ni ganas, el sexo débil para leer o escribir unas líneas después de hacer todo aquello,  además de trabajar  fuera de casa y de realizar otras muchas labores patriarcalmente asignadas. Hay muchas que lo hacen, y hasta encuentran tiempo y ganas para ser unas amantes apasionadas.
     Algo más experimentado en estas lides y por tanto más organizado, voy a tratar de recuperar mi actividad internética con más ímpetu y renovados brios.

     ¡Aleluya! Definitivamente me he travestido.

 UNA BESTIA ENTRE NOSOTROS 

        Como aseguran  expertos y analistas del fenómeno de la violencia de género, los casos que terminan  con la muerte de la mujer o incluso los que lo hacen en el juzgado, son solo la punta del iceberg de un gran numero de ellos que no llegan a la  opinión pública porque, durante un largo periodo de tiempo -a veces toda una vida- , el maltratador consigue, con la connivencia vergonzante  de parte de su entorno social, que sus actos no se conozcan, o sea, que no trasciendan al ámbito de las relaciones  de pareja o como mucho, al de las familiares.

         El problema al que nos enfrentamos es de tal magnitud  y trascendencia social que exigiría la adopción de medidas que fueran mucho más allá de la aplicación exitosa, y ojalá esta se consiga, de la Ley Integral contra la Violencia de Genero.

        El maltratador  es un perro, una rata, una víbora, en fin, es una bestia; pero tambien es un ser cobarde, rastrero, cínico, infame, ruin y además no es humano, es un ser si, pero como mucho es un animal de alguna de las especies mencionadas o de alguna otra de peor catadura.

       ¿Quien quiere tener como jefe, vecino, empleado, amigo o compañero a una mala bestia como esa? Mantenemos que individuos de esa calaña producen daños incalculables a su entorno familiar y laboral y por ende a  toda la  sociedad. Al tratarse de seres envidiosos, cínicos y discriminatorios solo pueden transmitir sensaciones negativas, desconfianza y malestar entre compañeros y amigos y multitud de problemas más de cuya existencia no somos conocedores por la gran habilidad y capacidad de mentir que sin duda ellos poseen.

        Como vemos el problema no se circunscribe a sus relaciones familiares y concretamente de pareja, esta dimensión siendo la más dolorosa e intolerable no abarca toda la magnitud del mismo. La sociedad en su conjunto es la principal víctima de los maltratadores y la única manera que tiene de defenderse es, en mi opinión, identificar a estos enemigos públicos. Es primero su entorno: familiares, médicos o vecinos quien habrá de señalarlo mediante denuncia interpuesta por los mismos o a través de algunas de las asociaciones cívicas existentes o que se creen a tal efecto. Y después, tras un largo proceso será la autoridad judicial quien habrá de notificar la sentencia condenatoria por violencia de género no solo a las partes (maltratada y/o denunciante y maltratador) sino también, al menos, a su entorno familiar y laboral. Esto es, todos debemos  saber que aquel compañero con el que compartimos trabajo, ocio o deporte se comporta en su casa como un cafre, de este modo conseguiríamos,  por una parte, proteger mejor a la mujer o menor maltratado y por otra ejercer una especie de reprensión pública que empuje a la bestia a rehabilitarse y reinsertarse o a que rehaga su vida en otra ciudad, otro país  u otro mundo.

         Honestamente pensamos que se deberían publicar fotos de los condenados por maltrato (al igual que se hace con los terroristas perseguidos) aunque esta medida es muy controvertida porque, entre otras razones haría casi imposible la rehabilitación de estos sujetos. Bastaría con la notificación expuesta para lograr una mayor eficacia en la lucha contra la violencia de género. Intentarlo no estaría de más, precisamente en un ámbito donde cualquier medida novedosa, aun siendo osada, debe ser bien recibida, siempre que sea legitima.

Leemos, atónitos, este mismo titular, solo que en forma afirmativa, en un prestigioso periódico de tirada nacional. La noticia, muy breve, es de “agencias” ( ni tan siquiera especifica cuál ) y dice así :

“El  coitus imterruptus  (popularmente llamado “marcha atrás“ ) es el método anticonceptivo que usan 2 de cada 10 mujeres “.

El periodista (o la agencia) atribuye esta importante conclusión al estudio Daphne,  publicado ayer.

 

 Que sepamos, es el hombre el que interrumpe el coito, cuando nota que la eyaculación es inmediata. Es él, y no la mujer, el que se apea en marcha ( vulgarmente así se conoce además, a este pretendido método contraceptivo, que falla más que acierta) y ello, por una sola razón, a saber, solo nosotros conocemos el momento en el que aquella se va a producir y es justo unos instantes antes cuando  interrumpimos la penetración . Si bien  es cierto que ellas pueden notar la proximidad de ese instante, somos nosotros quienes hemos de terminar el coito y eyacular fuera de la vagina. Son los hombres y no las mujeres quienes practican la “marcha atrás”.

 Tratar de responsabilizar también a la mujer de la adopción y ejecución   de este anticuado y obsoleto método  desprende un tufo machista que me aturde. Desde la todopoderosa y global industria farmacéutica, pasando por los distintos Ministerios de Sanidad y Salud, hasta la mayoría de los ciudadanos de a pie, siempre se ha tratado de atribuir a las mujeres la responsabilidad, en exclusiva, no solo de todo lo relativo a la concepción, si no también, y desde la revolución sexual, de todo lo concerniente a la contracepción.

Como digo, o bien se trata de otro caso de pestilencia machista que todo lo impregna, o simplemente es otra de las imbecilidades con las que,  periódicamente, nos obsequian las agencias de noticias.

 Lo mismo podrían haber dicho, que algunos hombres prefieren que se les implante, a ellos mismos, el DIU (dispositivo intrauterino) como método anticonceptivo.