CORMORANES
( Phalacrocórax Carbo )
 

      Cuando era un niño de corta edad e iba a la playa con mis hermanos (me crié en un pueblo costero), mi padre nos animaba a que lo acompañásemos en su habitual paseo por la orilla del mar. Caminábamos unas veces sobre un mullido colchón de algas, cuyo intenso olor a mar rememoro sin dificultad al escribir estas líneas y otras, entre piedras y charcas. Era aquí donde nos sentíamos como náufragos en islas lejanas (comenzaba nuestra primera lección naturalista) y donde aprendimos a conocer toda la fauna que habitaba esos someros y pequeños estanques.

     Bullían los camarones que, con infinita paciencia, y no poca habilidad, aprendimos a coger con las manos sin rozar los rojos tomates ni las verdes cabelleras de los fideos de mar (urticantes ortigas o anémonas). Disparados salían entre nuestros dedos de manos y pies pequeños bacones o babosas. Tan abundantes eran los caracoles de todo tipo y las lapas que solo nos llamaban la atención los especialmente grandes o bellos. Y qué decir de los cangrejos. Los había pequeñísimos (recién nacidos), medianos y enormes, y por supuesto los terribles «clancos peluos«, cuya captura se convertía en una proeza celebrada por todos ya que su mordedura era francamente dolorosa, hasta sangrienta.

Fideos de mar

     En los últimos años, durante mis paseos por distintas zonas de la costa mediterránea me costaba trabajo encontrar en las charcas camarones, pececillos o cangrejos. Incluso los caracoles otrora tan abundantes resultaban escasos.

     En un primer momento, mi espíritu conservacionista me empujaba a achacar esta, casi total, escasez de vida en tan evocadores lugares a alguna de las innumerables agresiones, bien por invasión de la zona costera con puertos deportivos, playas artificiales y edificaciones, bien por contaminación con vertidos de aguas residuales urbanas, industriales y agrícolas. Otras veces, la atribuía a mi pérdida de habilidades para descubrir a sus escurridizos habitantes, sin embargo me decía a mi mismo ¡no soy tan viejo! entonces, ¿qué puede pasar?

     No fue hasta la semana pasada cuando descubrí la más que probable causa, al menos en parte, de la desaparición de muchas especies que habitaban en la franja costera intermareal: pintaba el sol en el horizonte cuando observo cómo una banda de cinco cormoranes se posa en las charcas de una de las playas que frecuentaba en mi niñez. El Phalacrocórax Carbo es un ave que había despertado mi simpatía por su capacidad de buceo y sobre todo por la novedad, es un recién llegado; hasta hace unos años no lo había en el sureste español. Inmediatamente levantan el vuelo y se posan en otra charca a 1 km., más o menos, de donde yo me encuentro.

Cormoranes

     Por supuesto los pierdo de vista. Continuo observando ese precioso y plácido mar de las primeras luces del día, cuando de repente veo que el grupo aterriza a unos centenares de metros de mí, rebuscan entre las rocas, picotean entre las grietas, chapotean en las charcas y cinco minutos más tarde se desplazan unas docenas de metros para repetir la operación y así sucesivamente.

     ¡Ah, ladrones!, sois vosotros los culpables.

     Si, ellos son en gran parte o de manera inmediata – las razones últimas podrían encontrarse, quizás, en los grandes desplazamientos o migraciones tróficas o reproductivas que el cambio climático está provocando – los causantes de la dolorosa, y cada vez mayor, perdida de «especies infantiles» que son, a mi entender, las que pueblan o mejor poblaban no solo nuestras costas, sino también los sueños, juegos y fantasías de los niños que vimos y vivimos aquellas playas.