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¿Vivir de acuerdo con la doctrina católica perjudica a la salud?

     Todas las personas de nuestro entorno, con las que mantenemos un fluido y enriquecedor dialogo respecto a los problemas que afectan hoy y ha padecido históricamente la sociedad, coincidimos en atribuir a la Iglesia Católica una decisiva, permanente y negativa influencia en la resolución de los mismos. Podríamos citar, entre ellos, el de la igualdad entre todos los hombres (la jerarquía católica siempre ha estado del lado del más fuerte); el de la libertad (siempre en contra de la de pensamiento, de la religiosa o de la de enseñanza) o el de la democracia (siempre junto a los dictadores y contra el pueblo).

    Quizás, deberíamos referirnos, no sólo a la religión católica, sino a todas en general, pues muchas de ellas se encuentran en el origen de graves padecimientos para el ser humano, pero razones de proximidad y conocimiento, nos hacen circunscribir este breve escrito a la católica, apostólica y romana.

Sida

     A continuación, y al margen de aquellos banales y terrenales problemas, trataremos de exponer la relación causa-efecto que hay entre algunos de los preceptos que dictan los sumos sacerdotes de esa confesión y la aparición y/o desarrollo de graves enfermedades en el creyente practicante:

  • – Absoluta prohibición de interrumpir el embarazo. Ni en el caso de que exista grave riesgo para la salud de la madre, permiten los sacerdotes católicos que se aborte, ni tampoco, en el supuesto de que el feto padezca importantes malformaciones y, lo que es peor todavía, nunca permite abortar a la mujer que ha sido violada. Como vemos, no sólo perjudica a la salud en el caso de que exista un riesgo, sino también, cuando el perjuicio para la misma es un hecho. Impedir a una mujer que ha sido violada que interrumpa, si así lo quiere, el embarazo originado por ese acto de máxima violencia le va a producir a ella (y probablemente a ese hijo) gravísimos problemas sicológicos durante toda su vida. 

  • – Prohibición del uso del preservativo. Este precepto, pese a su defensa papal, es el que suscita más unanimidad en su rechazo, incluso entre teólogos, curas de a pie y creyentes. Está claro que no usarlo en las relaciones sexuales, puede provocar que se contraiga el sida o cualquier otra grave enfermedad de trasmisión sexual.

  • – Prohibición de la masturbación y el coito no reproductivo. La comunidad médica considera, que la realización frecuente de estas prácticas evita o disminuye la incidencia de la congestión prostática y del cáncer de próstata.

     Si todo esto es así, si la Organización Mundial de la Salud recomienda lo que la Iglesia Católica prohíbe, pensamos que los estados no confesionales, deberían prohibir la difusión pública de esos preceptos, cuyo cumplimiento es objetivamente malo para la salud de los ciudadanos practicantes, al igual que se prohíbe la publicidad del  alcohol o el tabaco. Al menos, como en este último caso, se debería  obligar a que cuando se divulguen, por cualquier medio, esas normas religiosas se incluya una apostilla que diga: «su cumplimiento  perjudica gravemente a la salud».

           SOBRE LA MAYORIA DE EDAD

           No hace mucho tiempo, en este país, las mujeres jamás la alcanzaban.  Parecería que Franco hizo real, para ellas, el sueño de la eterna juventud, pero no, no nos confundamos, mas que vivir uno, en realidad se sufría una pesadilla: cualquiera que fuese su edad, la mujer necesitaba, durante toda su vida,  la autorización de un varón (padre o marido) para realizar un sinfín de actos normales en la existencia de cualquier  individuo. Sin el permiso de un macho no podían, por ejemplo, comprar una casa ni mucho menos venderla.

          Para otro tipo de asuntos, veintitrés años era el límite a partir del cual se reconocía que las hembras alcanzaban su mayoría, mientras que para el hombre – ya sabemos que maduran mucho antes que la mujer – se establecía en veintiún años.

 

          Como vemos, la respuesta a la cuestión sobre la edad en la que se es mayor, o expresada en términos jurídicos, sobre la edad a la que se tiene plena capacidad de obrar, no es pacífica en el tiempo, depende de la época en la que se viva, ni aséptica, siempre hubo una intencionalidad ideológica en su regulación y casi siempre en contra de la independencia e igualdad de la mujer.

           Hoy, según las leyes españolas, cualquier persona – incluso la de sexo femenino-  con dieciséis años, sin necesidad de permiso paterno ni materno, puede dar un riñón, una parte de su hígado o un pulmón, puede decidir también,  tener relaciones sexuales con el cura de la parroquia o quedarse embarazada del vecino de enfrente.

          Y, si puede decidir por sí sola todas estas cosas – sin que hasta ahora nadie se haya escandalizado por ello- ¿no podrá interrumpir ese embarazo? ¿no podrá abortar ? o lo que  es más grave si cabe ¿no podrá tomarse la píldora del día después?.

          Esta píldora, por lo que sabemos y contrastamos con algún amigo farmacéutico, tiene menos efectos secundarios que los anticonceptivos orales femeninos y para que se entienda también por los varones, tiene menos contraindicaciones que la aspirina. No siendo además,  para vergüenza de la jerarquía católica y sus acólitos, un abortivo, porque según su propio pensamiento, hay vida desde el mismo instante de la fecundación del óvulo. Pues bien, con esta pastilla del día después lo que se produce es la bajada de la menstruación, la eliminación del óvulo, precisamente antes de su fecundación, por tanto aún no hay vida.

          Dejemos pues, con talante cristiano, sin espanto ni doble moral, sin egoísmo ni machismo, que las personas a las que la Ley les reconoce capacidad de obrar en esas cuestiones; decidan sobre ellas por sí mismas. Otra cosa es, que esos chicos de dieciséis años de edad quieran pedir ayuda o consejo a sus padres, amigos o al cura de la parroquia.