Últimamente respondo así a quien me pregunta por mi profesión, o también lo hago con este otro tópico de parecida carga machista, cuando alguien me interpela sobre mi dedicación actual. Me dedico, respondo, a las tareas propias de mi sexo.
Con estas respuestas tan fuera de lugar (en apariencia) quiero justificar porque llevo varios meses sin colgar ningún escrito en mi bitácora. Básicamente son dos los motivos:
Por un lado, un cierto hartazgo por mis vanos intentos de publicar algunos de mis artículos en periódicos de tirada nacional.
Por otro, la falta de tiempo para ocuparme de la gestión de mi blog, debido a que últimamente me ocupo de eso, de las tareas propias de mi sexo. Recientemente dos de mis hijas se han venido a vivir conmigo, lo que me causa gran felicidad y no pocas ocupaciones: preparar desayuno, comida y cena. Hacer la compra, limpiar (lo que ve la abuela) y ordenar la casa. Lavar y tender la ropa, plancharla (casi nunca). Apoyar diariamente el estudio de ellas, en aquellas materias de las que algo se (de otras ni puñetera idea).
No me lo explico, no me puedo imaginar de donde saca tiempo, ni ganas, el sexo débil para leer o escribir unas líneas después de hacer todo aquello, además de trabajar fuera de casa y de realizar otras muchas labores patriarcalmente asignadas. Hay muchas que lo hacen, y hasta encuentran tiempo y ganas para ser unas amantes apasionadas.
Algo más experimentado en estas lides y por tanto más organizado, voy a tratar de recuperar mi actividad internética con más ímpetu y renovados brios.
Sostenía Santo Tomás, la idea de la inferioridad de la mujer y su supeditación «económica» al marido, pensamiento que impregnó toda su obra e inspiró cualquier especulación teológica posterior.
Proclama hoy el semanario Alfa y Omega de la Archidiócesis de Madrid que «cuando se banaliza el sexo, se desvía de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal».
Que la mujer es considerada por La Iglesia como un ser maligno y subordinada al varón en todos los órdenes de la vida, es un hecho incontestable. Cuanto más atrás nos remontamos en el tiempo, más cierta parece esta aseveración. La diferencia entre el momento actual y épocas anteriores, radica fundamentalmente en que ahora se puede disentir, o sea, podemos expresar nuestra opinión contraria a la doctrina católica sin que por ello pongamos en peligro nuestra vida o el bienestar propio y de nuestras familias. No obstante, si al principio las quemaban, siglos después las señalaban y perseguían hasta hacer de su vida un infierno y siempre, desde sus orígenes, la Iglesia ha estado del lado de los dictadores fascistas, bendiciendo y compartiendo sus métodos represivos.
El hecho de que en la mitología cristiana se culpabilice a la mujer por haber tentado a un individuo del sexo contrario, parece una broma de mal gusto, en cualquier caso, es un castigo desorbitado para sancionar una conducta tan leve: ni lo maltrató, ni lo coaccionó, ni lo mató, simplemente lo tentó. Pensamos además, que el que sucumbe a la tentación es tan culpable como el que la provoca.
Sin embargo, ellos siguen empecinados en machacar al sexo femenino. Cada vez que la mujer está a punto de conseguir algún avance en su arduo camino hacia la igualdad, ahí está la Iglesia Católica para tratar de impedirlo, baste recordar, para confirmar esta afirmación, el posicionamiento de la jerarquía en cuestiones tan candentes como el divorcio, la anticoncepción o el aborto.
Muy a menudo, nos preguntamos acerca de la razón por la que tan nimbados carcamales han perseguido sin desmayo a un ser vivo, cuya única diferencia con ellos es su sexo. Obviado, como hemos dicho, el asunto del pecado original, ni encontramos, ni entendemos el porqué de esa inquina contra la mujer, su pecado fue tan poco «capital» y sucedió hace tanto tiempo (milenios) que ya no deberían seguir purgándolo. Probablemente la verdadera y última causa de ese odio ancestral, de esa violencia contra la mujer sea- como dice la teóloga Margarita María Pintos – «el arma habitual del patriarcado para mantener el poder y ejercerlo despóticamente sobre las personas que considera inferiores: las mujeres, los niños y las niñas.»
Pero ya da igual, ellas: las mujeres, las hembras, el sexo débil, en contra de los esfuerzos de los jerarcas católicos, se han liberado y muy pronto ni una sola se someterá a sus dictados, abusos, menosprecios y discriminaciónes.
No hace mucho tiempo, en este país, las mujeres jamás la alcanzaban. Parecería que Franco hizo real, para ellas, el sueño de la eterna juventud, pero no, no nos confundamos, mas que vivir uno, en realidad se sufría una pesadilla: cualquiera que fuese su edad, la mujer necesitaba, durante toda su vida, la autorización de un varón (padre o marido) para realizar un sinfín de actos normales en la existencia de cualquier individuo. Sin el permiso de un macho no podían, por ejemplo, comprar una casa ni mucho menos venderla.
Para otro tipo de asuntos, veintitrés años era el límite a partir del cual se reconocía que las hembras alcanzaban su mayoría, mientras que para el hombre – ya sabemos que maduran mucho antes que la mujer – se establecía en veintiún años.
Como vemos, la respuesta a la cuestión sobre la edad en la que se es mayor, o expresada en términos jurídicos, sobre la edad a la que se tiene plena capacidad de obrar, no es pacífica en el tiempo, depende de la época en la que se viva, ni aséptica, siempre hubo una intencionalidad ideológica en su regulación y casi siempre en contra de la independencia e igualdad de la mujer.
Hoy, según las leyes españolas, cualquier persona – incluso la de sexo femenino- con dieciséis años, sin necesidad de permiso paterno ni materno, puede dar un riñón, una parte de su hígado o un pulmón, puede decidir también, tener relaciones sexuales con el cura de la parroquia o quedarse embarazada del vecino de enfrente.
Y, si puede decidir por sí sola todas estas cosas – sin que hasta ahora nadie se haya escandalizado por ello- ¿no podrá interrumpir ese embarazo? ¿no podrá abortar ? o lo que es más grave si cabe ¿no podrá tomarse la píldora del día después?.
Esta píldora, por lo que sabemos y contrastamos con algún amigo farmacéutico, tiene menos efectos secundarios que los anticonceptivos orales femeninos y para que se entienda también por los varones, tiene menos contraindicaciones que la aspirina. No siendo además, para vergüenza de la jerarquía católica y sus acólitos, un abortivo, porque según su propio pensamiento, hay vida desde el mismo instante de la fecundación del óvulo. Pues bien, con esta pastilla del día después lo que se produce es la bajada de la menstruación, la eliminación del óvulo, precisamente antes de su fecundación, por tanto aún no hay vida.
Dejemos pues, con talante cristiano, sin espanto ni doble moral, sin egoísmo ni machismo, que las personas a las que la Ley les reconoce capacidad de obrar en esas cuestiones; decidan sobre ellas por sí mismas. Otra cosa es, que esos chicos de dieciséis años de edad quieran pedir ayuda o consejo a sus padres, amigos o al cura de la parroquia.