De pueblo o de ciudad
Dudábamos entre este título y el de «catetos o urbanitas», finalmente desechamos este último porque catetos hay muchos en las grandes urbes y al contrario, en los pueblos también habitan numerosas personas muy urbanas. La pertenencia de un individuo a uno u otro colectivo la atribuimos en función de que su niñez y adolescencia hayan transcurrido en una aldea, pueblo o pequeña ciudad o en una capital, metrópoli o gran ciudad.
De la existencia de esta confrontación no hay ninguna duda, son numerosas las expresiones, refranes y términos que, con marcado acento despectivo, se refieren a los vecinos de pueblos y villas (catetos, pueblerinos, palurdos). Sin embargo, son muchas las que nos asaltan cuando tratamos de averiguar si las razones que sustentan las diferencias entre unos y otros son de peso.
Para empezar, podemos afirmar que los de pueblo tienen raíces, esto es, por un lado, estos individuos nacen y crecen inmersos en un medio natural reconocible y distinto a los demás, bien se trate del mar, la montaña, el río o el bosque…, que desde muy temprana edad aprenden a distinguir y valorar; por otro, todos son reconocidos por un gran número de vecinos, hasta el punto de que averiguan su filiación (padres, abuelos…) «con sólo verles la pinta».
Otras referencias como la escuela, la familia y el ocio, pese a ser comunes a todo tipo de crianza, tienen tantas peculiaridades que nos permitiría calificarlas, a su vez, como de pueblo o de ciudad. Analicemos, a continuación, algunas de ellas:
• Las escuelas de pueblo son en su totalidad públicas y mixtas, las de ciudad son, muchas de ellas, privadas y segregadas por sexos. En las primeras, muchos son los compañeros que se relacionan no sólo en clase, si no también fuera de ella, juegan en la calle, se tratan continuamente y hacen muchas amistades; en las segundas una vez terminada la clase se acabó la relación, tan sólo en contadas ocasiones, los compañeros se juntan fuera de ella y con dos o tres amigos como máximo.
• La familia, en las ciudades, está compuesta por tres o cuatro miembros -padre, madre y uno o dos hijos -. En los pequeños núcleos urbanos su número es casi ilimitado, sobre todo, si contamos no sólo a padres, hijos, tíos y abuelos, sino también, a primos y parientes políticos. Además en éstas, el contacto entre sus miembros es permanente, mientras que en aquellas es, si acaso, ocasional. Por otra parte, en las aldeas no hay más tipo de familia que la convencional, nada de que estén integradas por un solo miembro o que estos sean homosexuales.
• El ocio sea quizás el ámbito donde mayores diferencias existen entre unos y otros. La actividad deportiva es una buena muestra. Mientras que unos han de acudir a gimnasios y clubes privados, sobre todo para la práctica de deportes individuales, los otros, acuden a polideportivos municipales (o a la vía publica) y hacen sobre todo deportes de equipo. El tiempo libre restante, unos lo pueden utilizar en actividades propias del medio natural en el que viven (cazar, pescar…) y otros, obligatoriamente, lo emplean en el uso de las nuevas tecnologías para jugar y chatear.
Como vemos, las diferencias entre unos y otros son notables, aunque, afortunadamente, las coincidencias son mucho más numerosas, pese a que hoy no nos hayamos ocupado de ellas. Si nos obcecamos en resaltar aquellas y en considerarlas de mayor trascendencia que los principios y valores que nos acercan, conseguiremos después de milenios de evolución, volver a entrar en la cueva.
Afloran, entonces, sentimientos atávicos de identidad, de pertenencia primero a un clan, después a una tribu o pueblo y por último a una nación.
Aparecen y crecen los nacionalismos.